lunes, 28 de diciembre de 2015

Espejos de nosotros mismos.


A quien pudo ser y no fue.


Todos nos sentimos solos de vez en cuando, sentimos que el mundo nos queda demasiado grande cuándo meses antes se ajustaba perfectamente a nosotros. Tenemos la sensación de que hemos empequeñecido en lugar de crecer, de que no encajamos con nada y con nadie. No tienes ni un sólo mensaje en el móvil cuándo antes aparecían más de ocho conversaciones abiertas. Si no hay mensajes, ni mencionemos las llamadas.
Las cosas cambian, y nosotros mismos también, pero no nos damos de cuenta. Nos vemos todos los días reflejados en espejos que nos muestran esa supuesta realidad que somos las personas, nuestro físico, la parte palpable de cada uno de nosotros. Muchos se quedan en eso, en lo que ven o quieren ver, y actúan en función de el reflejo que les devuelve el espejo. Por eso es necesario encontrar a un espejo de nosotros mismos. A alguien, y no algo, que sepa reflejarnos más allá de lo físico.
No tiene por que ser un alma gemela, ni un amigo de la infancia, y, ni mucho menos, el amor de tu vida. Un espejo de nosotros mismos es alguien que aparece en tu vida en el momento menos oportuno y más necesario. Está destinado a formar parte de tu vida, y tú de la de él. Será alguien con quien escaparás del mundo en algunos momentos, pero que te pondrá los pies en la tierra cuando vea demasiados pájaros en tu cabeza. No tendrá miedo a decirte la verdad por mucho que duela, e incluso te hará daño, sin pensárselo dos vez, si es necesario. Es ese más-que-amigo pero menos-que-algo-más que todo el mundo se encuentra alguna vez en la vida. 
Es una casualidad, que consigue hacer el día a día extraordinario cuándo está presente, y desde luego, la persona con la que el dicho "a buenos entendedores pocas palabras bastan" se ajusta perfectamente. Sin embargo, eso no dura mucho, porque la verdad duele. 
Las verdades son más duras que exprimirse limón en los ojos, y un espejo de nosotros mismos no nos dará mentiras. Será nuestra casualidad más dolorosa, la que más nos haga llorar y a quién odiaremos por momentos. Es un quiero y no puedo. Un pudo y no fue. Pero la persona a la que al final, siempre acudiremos. 

1 comentario:

  1. Llegué a casa y encendí la tele. Un programa de reality de estos. Creo. Estaba viéndola y oyéndola. Pero no escuchaba. No miraba. No sé que es lo que estaba haciendo.
    Sabía que la definición de lo que me pasaba era "pensar en esta tarde. Pensar en ti.", pero no pensaba en un único momento. Ni en muchos. Solo se me pasaban imágenes por la cabeza. Sensaciones. Esta sensación de caminar por la maldita calle mojada en un maldito día lluvioso de un maldito pueblucho con un tremendo maldito frío encima, y reír. Reír no sé muy bien por qué. Pero te tengo al lado. Y eso me vale. Esto de pensar "oh no, le estoy agarrando la mano. Yo odiaba agarrar de la mano. ODIABA". Esto de llegar a casa y atacar el chocolate. Esto de hablarte y mirarte únicamente a los ojos, como si los viera por primera vez. Como si me fascinara ese color que ya me aprendí de memoria pero que no encuentro en ningún círculo cromático de colores. No existe ese color. Solo lo tienen tus ojos.
    Como si escuchara el mar cada vez que estamos en silencio.
    No lo entiendo. Solo entiendo la lluvia que cae en mi cara y que me estremezco. Incluso me llega a gustar esa sensación. Reacciona David, es frío. ¿Por que te gusta esa sensación de frío? Porque te tengo al lado, y el frío no es tan frío. No es frío del todo.

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