viernes, 11 de noviembre de 2016

A grandes males, pequeños placeres


A quienes ríen a carcajadas
y lloran como magdalenas.





Haciendo un balance del año, creo que la mayoría de nosotros cualificaríamos el 2016 como un año un poco desastroso, especialmente en el plano político. No soy capaz de ocultar lo triste que la victoria del peculiar Donald Trump me ha hecho. Ver el país que hace dos años me abrió sus puertas y me acogió retroceder más de cincuenta años al elegir a una persona tan poco humana me ha dejado en shock durante varios días.
Sin embargo, tras una merecida siesta de dos horas y media, me he despertado con las pilas recargadas, y con la certeza de que si, es cierto, la felicidad está en las pequeñas cosas. En las cosas del día a día, en las personas con las que convives de lunes a domingo, en las comilonas de los sábados y el café caliente de los lunes a las siete y media de la mañana. 
Particularmente disfruto de la compañía de la gente, porque cada día que pasa me doy cuenta de que a pesar de la cantidad de gente malévola, la balanza se inclina hacia el lado positivo. No me considero personalmente una gran persona, pero siempre digo que tengo la suerte de rodearme de gente maravillosamente buena. 
No hay día que no suelte una buena carcajada, en muchas ocasiones, lo raro es que suelte una sola lágrima. Estas personas que me rodean me dan un buen chute de alegría cada día, y es algo por lo que hay que estar agradecido. 
Tampoco pasa un sólo día en el que no tenga una conversación que me haga reflexionar. Soy una fiel creyente de que la felicidad está en gran medida en las buenas conversaciones. Muchas veces llevan a pequeñas discusiones, pero siempre te hacen reflexionar y conocer a la persona con la que conversas. Las buenas conversaciones son el aceite que nuestro cerebro necesita para no oxidarse.
Opino que la felicidad está en mostrar sentimientos. Desde luego, este es un punto de controversia, ya que muchas personas tienen grandes dificultades a la hora de abrirse a los demás. Sin embargo, para mi es totalmente necesario. Soy una persona de lágrima fácil, no puedo negarlo. Me encanta emocionarme con los detalles más pequeños, con las historias de a pié, con los pequeños detalles que tanto valoro. Me gusta estar llena de amor y odio, de risa y lágrimas, de sueño y energía. Creo que estos contrastes son los que me mantienen viva. 
También me gusta pensar que la felicidad se encuentra en mantener vivos ciertos recuerdos. Canta El Niño de la Hipoteca, que tal vez la utilidad del pasado esté en dejarlo atrás. Gran razón tiene a la hora de esos malos episodios que todos vivimos, que perdonamos, y que dejamos atrás. Pero los buenos momentos, esos que nos han marcado hasta el fondo, yo me niego a dejarlos atrás, y sobre todo, me gusta volver a ellos con frecuencia, para que no se desvanezcan.  
La lectura. La música. La escritura. Tres de las actividades que más endorfina producen en mi cerebro. El placer de llegar al metro y escuchar la banda sonora de Titanic en el andén en el que espero mi tren no es explicable. Terminar un libro que llevabas meses deseando devorar no tiene equivalente. Ser capaz de echarlo todo a través de las palabras es la mayor terapia. 

Si, puede que el mundo se haya vuelto loco, y el ambiente se ha cargado desde luego de una negatividad palpable. Sin embargo, os dejo aquí mi filosofía: a grandes males, pequeños placeres.

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