La mente siempre ha sido mi mejor compañera durante el día y mi mayor enemigo cada noche.
Hasta que el sol se pone y las farolas son lo único que iluminan las calles, mi mente se mantiene alerta, en busca de esa hoja cayendo lentamente, esa ráfaga de viento que trae consigo el perfume e esa persona a quien puede que jamás llegue a conocer, el sonido de la risa más sincera e increíble del mundo. que sale del estómago de un niño.
Mi mente es la que se encarga de almacenar durante todos los días de verano el recuerdo de los rayos de sol dorándome la piel, las tardes nadando en el mar y las noches viendo arder hogueras, y así hacer más cálido el invierno.
Ella recoge cada momento del otoño, dejándome ver como todo se marchita y se prepara para morir. Me hace recordar que por mucho que la primavera parezca invencible e inmortal, todo acaba, todo se va.
Me obliga a vivir cada momento como si fuese el último, porque tal vez lo sea, tal vez ya no exista el mañana y todo sea hoy y ahora.
Es tan sabia, que a veces llego a creer que es más antigua que yo misma, y que tal vez por eso cada noche necesite descansar, abriendo las puertas a la memoria.
No puedo decir que no me guste su compañía, pero es impredecible, siempre trae los recuerdos que más duelen cuándo menos te lo esperas. Tus defensas están bajas cuándo la memoria está despierta, y entonces no hay nada que puedas hacer. Vienen uno detrás de otro, abrasándote el pecho y haciendo que las lágrimas se acumulen en tus ojos. Te hacen preguntarte por qué. Por qué a ti. Por qué a él. Por qué no sigue aquí. Por qué no me voy allí.
Por qué.
Non hay nada que se pueda hacer con la memoria, es la forma que tiene la consciencia de recordarnos que nunca seremos perfectos y siempre tendremos algo de que arrepentirnos. Tal vez no queramos admitirlo, pero hay decisiones que un día tomamos, y que ahora nos han condicionado, y la memoria no lo olvida. No olvida nada.
Photo Credit: Álvaro Piñeiro. |
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