Maldita prisa tenemos por crecer, por olvidar, por tener el primer coche, por votar, por ir a la universidad. Tenemos prisa incluso por viajar.
Tanta prisa tenemos, que no nos acordamos de que estamos viviendo nuestra única vida, y que el tiempo se nos escapa mientras tratamos de planear todo para aprovecharlo, sin darnos cuenta de que los mejores momentos de nuestra vida siempre son aquellos que no esperábamos.
No hay mejor fiesta que esa llamada a cualquier hora de la noche que dice "en el bar de siempre, hoy invito yo". No hay mejor cena romántica que una tortilla de patatas y ensalada después de un largo día de trabajo. No hay mejor "te echaba de menos" que un "he venido a verte".
Desde que somos pequeños queremos planearlo todo. Con tres años queremos ser astronautas, conducir el coche de papá y pintarnos las uñas como mamá.
Soñamos con ser futbolistas, profesores.
Queremos encontrar a nuestro Ken.
Queremos encontrar a nuestro Ken.
Ser peluqueras.
Tener una mini-moto.
Usar tacones como la prima Laura.
Ir en bici sin ruedines.
Salir de fiesta con nuestros amigos.
Coger un bus a una ciudad lejana.
Y mientras planeamos todas esas cosas, no nos damos de cuenta de que estamos viviendo los momentos más increíbles de nuestra vida. Esos momentos que simplemente llegan, ocurren y quedan como parte de nosotros. Sin planes, sin tiempo para desearlo.
El primer diente de leche, ese paseo un día de otoño después de salir de trabajar, la risa de un niño, una carta en el buzón, la brisa del mar, un rayo de sol filtrándose entre las ramas de un viejo árbol.
Nos cuesta dejarnos llevar, olvidar nuestros miedos a que algo pueda salir mal y simplemente dejar que sea. Nos cuesta, pero ¿no es increíble cuándo lo conseguimos? Sólo entonces nos preocupamos de vivir, y todo se vuelve más fácil.
Aprendemos a disfrutar de los pequeños detalles.
De las primeras flores en primavera tras un largo y frío invierno.
El olor a la mejor tortilla del mundo en casa de la abuela.
Ese abrazo que dura dos segundos más de lo normal.
La sonrisa inesperada al subir al autobús a las siete de la mañana.
Nos pasamos la vida queriendo planearlo todo, sin darnos de cuenta de que los mejores momentos llegan cuándo menos nos lo esperamos y que esa es la razón por la que son tan increíbles: porque no estaban en nuestros planes.
Photo Credit: Álvaro Piñeiro |
Dejarse llevar suena demasiado bien.
ResponderEliminarJugar al azar,
nunca saber dónde puedes terminar...
o empezar.
(Copenhague, Vetusta Morla)
La banda sonora de este relato, sin duda alguna.
EliminarFoi o que pensei eu nada máis leelo!!
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